PREGUNTA HERMENÉUTICA (SEGUNDA PARTE)
El mundo de las palabras coordinadas, escritas en otro idioma-en un idioma extranjero-, es el texto a traducir. El texto es el mundo de las palabras. Mi contexto, o mi mundo, es el entorno urbano. Y éste tiene unos espacios que dan lugar a la cotidianidad mía: calles, lugares, etc. En particular, hay algo en relación con las circunstancias de lugar-la calle, el lugar tal o cual, etc.-, y con otras circunstancias, donde mi cotidianidad ocurre, que crea la posibilidad para que otros-incluso otros que son totalmente extraños a mí-le den un sentido a mi acción y decidan darme un nombre: peatón -porque comprenden que soy una persona que va caminando por la calle pública o por alguna razón similar-, transeúnte, conductor, pasajeroe incluso votante, etc. Pero me interesa la situación en la que el otro extraño es un traductor de algo que tenemos en común: los códigos que regulan la acción cotidiana. El otro que me podría llamarpeatón, usuario o-más diciente-infractor, etc., el otro que, por ejemplo y en razón de que traduce el Código de Tránsito como guía de su acción, decide no transitar por las vías del ferrocarril o que decide cruzar la vía por el paso peatonal o que decide no bajarse de los vehículos cuando éstos están en movimiento, etc. Mi otro es el que, por algún motivo, parece estar conforme con los códigos de convivencia ciudadana. De alguna manera, todos los que compartimos el entorno urbano sabemos como mínimo una regla de ese tipo, porque, de alguna manera, hemos llegado a nombrarnos a nosotros mismos peatón, conductor o, por ejemplo, infractor. Decidimos qué regla seguir o qué regla evitar. En efecto, no me parece trivial que no haya nadie que sea absolutamente infractor; y, si lo hay, es absolutamente excepcional. Por ejemplo, habrá conductores que no usen el cinturón de seguridad o que pasen por alto el semáforo en rojo, pero-y es lo que me llama la atención-casi nadie y me atrevería a decir que nadie-tiene por hábito el estacionar su vehículo en un puente. La cotidianidad está regida por normas supuestamente para el orden –como una gramática, que pretende entre otras cosas regular la coordinación de las palabras-. Nosotros, los individuos en el entorno urbano, somos, a la luz de los códigos-o sea, según pretenden los códigos-, personas sin orden, desordenadas, que deben coordinarse conforme con ellos o, en caso contrario, que deben ser sancionadas. Los códigos pretenden lograr la eficiencia: por ejemplo, el Código de Tránsito pretende, supuestamente, maximizar la llamada libertad de acceso, o lalibertad de circulación, etc. Ni hablar del Código de Policía, o de los demás Códigos (como, por ejemplo, el Reglamento del estudiante). Pero, haciendo abstracción de la ideología del progreso que pudieran tener, quedan las normas que pretenden la seguridad de quienes circulan en el día a día por la ciudad; o sea, de nosotros, de nuestro cuerpo. La gramática del griego clásico es práctica no por otra razón, sino porque cuida al texto griego de los pésimos traductores que podrían tergiversarlo con gran facilidad. Mi otro, por tanto, es el habitante de la ciudad que es un traductor de los códigos que le rigen, independientemente de si es un pésimo traductor o uno excelente.
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