I. El concepto cartesiano de infante
El adjetivo latino de dos terminaciones infans, infantis se compone de la preposición in y de una forma conjugada del verbo defectivo for, hablar, decir. Infans resulta de la composición del prefijo in- y del participio fans usado como sufijo, -fans. Pero in como prefijo indica la dirección o la tendencia hacia. Así que infans literalmente traduce en dirección del que habla, hacia el que dice. En el capítulo I de la pars prima de Principiorum philosohiae, titulada De principiis cognitionis humanae, Descartes aseguró, en primer lugar, que nacimos infantes. Esto quiere decir que nacimos con el poder de aprender a hablar, pero faltos todavía del conocimiento para hablar. El adjetivo español fatuo, -ua, conserva su significado primigenio. Según Descartes, durante su edad primera el ser humano vivía con fatuidad, faltándole el conocimiento para hablar; el ser humano, de pequeño, era fatuo. En segundo lugar, Descartes aseguró que antes que tengamos uso íntegro de nuestra razón, prius quam integrum nostrae rationis usum haberemus, hemos hecho diversos juicios, varia judicia tulimus. Estos juicios de la edad fatua del ser humano, por una parte, eran acerca de las cosas sensibles, de rebús sensibilibus. Y, por otra parte, tales juicios eran, para Descartes, en realidad prejuicios, multi praejudicii, que nos separaban de la cognición verdadera, veri cognitione avertimur. Esta, sin embargo, no deja de ser una exposición preliminar del concepto cartesiano de prejuicio. Más adelante trataré de perfeccionar su exposición.
Según el capítulo III de los principiis cartesianos, deben distinguirse las acciones para la contemplación de la verdad, ad contemplationem veritatis, de las acciones del día a día, ad usum vitae (literalmente, para el uso de la vida). Pero, ¿acaso a qué viene esta distinción entre lo que se hace para la contemplación de la verdad y lo que se hace para llevar a cabo las ocupaciones corrientes? Descartes viene a reconocer o bien que frecuentemente preterimos o dejamos pasar la ocasión para hacer las cosas, persaepe rerum agendarum occasio praeteriret, antes que nosotros hayamos podido disipar nuestras dudas, antequam nos dubiis nostris exsolvere possemus, o bien que frecuentemente elegimos tal o cual, alterutrum tamen eligere, pero no el más verosímil, por cuanto frecuentemente no hay entre lo que elegimos algo que parezca como lo más verosímil, unum verisimilius non appareat. Por consiguiente, Descartes reconoció que no estamos preparados en la cotidianidad ni para hacer las cosas sin dubitación ni para elegir entre las alternativas según el criterio de verosimilitud.
Lo dicho, por una parte, sugiere que el infante no se propone contemplar la verdad, sino usar la vida. Por otra parte, se hace necesario investigar por qué falla o se equivoca el infante, estando al margen de la contemplación de la verdad, si es que falla o se equivoca por ello; pero primero se hace necesario investigar la que, según Descartes, fue causa de los errores humanos.
II Sobre la causa de los errores humanos, según Descartes
Por una parte, en XXIX Descartes reconoció ciertamente que nunca procede la voluntad de fallar, sino de la malicia o del miedo o de la imbecilidad, numquam certe fallendi voluntas nisi ex malitia vel metu & imbecilitate procedit. Y en XXXI Descartes aseguró: que ocurre frecuentemente que nosotros fallamos, nihilominus tamen saepe contingit nos falli; y que es de advertir que los errores nuestros no dependen tanto del intelecto, como de la voluntad, advertendum est, non tam illos ab intellectu quam a voluntate pendere; y, finalmente, que nuestros errores, siendo referidos a nosotros, son privaciones, cum ad nos referuntur, esse privationes.
Por otra parte, en XXXIV Descartes determinó el número de requisitos para juzgar y dijo sus nombres y dijo por qué ambos eran requisitos. Para juzgar, dijo, se requieren dos: uno que se llama intelecto, intellectus, otro que se llama voluntad, voluntas. El intelecto es un requisito para juzgar, por cuanto por medio de él percibimos. La voluntad, de otro lado, es el requisito restante, por cuanto por medio de ella damos un asentimiento acerca de la cosa percibida, ut rei aliquo modo perceptae assensio praebeatur. Para juzgar, por consiguiente, se requiere primero que algo sea percibido por medio del intelecto y luego que se dé por medio de la voluntad un asentimiento acerca de lo percibido. De otro lado, en XXXIII Descartes concluyó que el errar humano tiene origen, cuando juzgamos acerca de una cosa insuficientemente percibida, cum de re non satis percepta judicamus. Para errar, por consiguiente, se requiere primero que algo sea percibido insuficientemente por medio del intelecto y luego que se dé por medio de la voluntad un asentimiento acerca de lo insuficientemente percibido.
En el capítulo XXIV de los principiis Descartes reconoció que nosotros todos somos finitos, recordemur nos omnino finitos esse. En XXV reconoció que hay algo entre algunas cosas que excede las fuerzas naturales del ingenio nuestro, quod naturales ingenii nostri vires excedat, o que hay cosas que exceden a nuestra captación, quae captum nostrum excedant. Esta finitud, empero, sólo se dice del intelecto, no de la voluntad (XXXV). Así que el intelecto finito, percibiendo suficientemente, pero ésto con límites, percibirá frecuentemente cosas insuficientemente. Pero ésto, a juicio de Descartes, como dije, no constituye ningún error. La posibilidad de errar, por consiguiente, depende de la posibilidad infinita que la voluntad tiene para asentir acerca de las cosas percibidas insuficientemente por medio del intelecto finito. Como en XXXVII se dice que actuar por voluntad es actuar libremente, quod agat per voluntatem, hoc est libere, se sigue de ésto y de lo dicho que el que incurramos en errores, es un defecto ciertamente en nuestra acción o en el uso de la libertad, quod autem in errores incidamus, defectus quidem est in nostra actione sive in usu libertatis. Dicho de otra manera (XLII), todos nuestros errores dependen de la voluntad, errores omnes nostros a voluntate pendere.
Por ende, Descartes afirmó dos condiciones para no errar, siendo que la segunda es posterior a la primera:
1ª. Percibir con el intelecto clara y distintamente, o sea suficientemente.
2ª. Asentir por medio de la voluntad, pero sólo acerca de las percepciones claras y distintas, limitando de este modo la extensión infinita de la voluntad.
Según XXXII, hay dos modos generales de la cogitación, duo generales modi cogitandi: uno, la operación de la voluntad, operatio voluntatis; el restante, la operación del intelecto, operatio intellectus. Descartes llama al primero perceptio y al segundo volitio.
III. Sobre el origen de los prejuicios del infante
En XLVII, por una parte, Descartes asegura que en la edad primera nunca se percibió nada distintamente, nihil tamen unquam distincte perceperit, y que, aun así, en la edad primera se hicieron juicios. De ésto y de lo dicho en II se sigue que en la edad primera, por tanto, el ser humano erraba. Tanto es así que Descartes en XLVII dijo que en la edad primera fue de haber juzgado con frecuencia, sin percibir distintamente por medio del intelecto primero, que hemos adquirido muchos prejuicios: “habiendo juzgado [cumque…judicarit] en ese tiempo [tunc] con todo y eso [nihilominus] acerca muchas cosas [de multis], de ahí [hinc] sacamos [hausimus] muchos prejuicios [multa praejudicia] que [quae] por la mayoría [a plerisque] nunca [nunquam] serán depuestos [deponuntur] a la postre [postea]”.
Vemos de este modo que el origen de los prejuicios en la edad temprana, o del infante, consiste tanto en la indistinción de las percepciones, como en los juicios que sobre éstas hace.
IV
En XLVIII Descartes precisa que todo cuanto cae bajo nuestra percepción, quaecunque sub perceptionem nostram cadunt, o sea lo perceptible, o bien es una cosa, tanquam res, o bien es una impresión de la cosa, rerumve affectiones, o bien es una verdad eterna, aeternas veritates. A las verdades eternas las llama Descartes en XLIX las nociones comunes o los axiomas, communis notio, sive axioma.
Y las cosas perceptibles tienen dos géneros, dua genera rerum: unas las cogitativas, unum est rerum intellectualium, sive cogitativarum ; otras las materiales, aliud rerum materialium; aunque en realidad a los anteriores dos géneros se añade un tercero: la de las cosas que proceden de la estrecha e íntima unión de nuestra mente con el cuerpo, ab arcta & intima mentis nostrae cum corpore unione proficiscuntur.
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