Seminario Alteridad y Ciencias Sociales
Margarita y Ana María: hacía unos minutos antes que había detenido la marcha del que fue alguna vez mi vehículo, como los demás conductores cercanos hicieron con los suyos, ya que la luz del semáforo próximo era roja. Desde mi vehículo detenido, en el que iba sentado al volante, veía el paso de cebra: ningún peatón a la vista. Había un colegio a la derecha. No se veía nadie. Y, mientras llovía violentamente, también veía que la lluvia empañaba los vidrios de mi vehículo negro…escuchaba, irónicamente, una canción muy en el tono de Bob Marley: “Don't worry about a thing / 'Cause every little thing gonna be all right”, etcétera.
Pocos minutos después, tuve el accidente automovilístico. Habiéndose estrellado la parte delantera del vehículo contra unos bolardos, vi, mientras el vehículo daba vueltas, cómo el motor del vehículo explotó; las puertas laterales del automóvil se doblaron hacia adentro, etcétera.
Afortunadamente, iba sin ningún acompañante en el automóvil y, afortunadamente, nadie salió ileso.
Traté de pensar en otro suceso que me hubiera impactado más, o un suceso que estuviera conforme con lo que el Seminario me exige, ya que evidentemente el suceso del ‘accidente automovilístico’ resultó ser confuso no sólo para ustedes, sino para mí también; pero, a decir verdad, no recordé ningún otro. Y ese tratar de pensar no fue tampoco una tarea fácil. Así que creo que la primera cosa—que no recuerde otro suceso que me haya impactado tan vivamente—se debe a que en realidad no hay o realmente no encontré otro asunto que me exigiera hablar acerca de él: al menos no con la necesidad como lo hace este asunto que acabo de introducir, el asunto del accidente automovilístico. Y creo que la segunda cosa—que sea para mí una tarea difícil tratar de pensar sobre sucesos que hayan tenido algún choque o impacto para mí—se debe a que no soy bueno recordando: sinceramente, no tengo buena memoria; y, por ello, convengo con Gadamer, cuando dice: "uno se encuentra siempre en una situación cuya iluminación es una tarea a la que nunca se puede dar cumplimiento por entero", etcétera (Verdad y Método, página 372). Entonces, estas limitantes son las que creo que me obligaban a que les refiriera el suceso introducido, la 'sustancia' (Verdad y Método, página 372) que para mí tuvo un impacto real, concreto. Pero, por supuesto, soy consciente de la confusión-sistemática que subyace a este escrito. No pude hacer más.
Los peritos, como se les llama, calcularon que la reparación del automóvil costaría más de lo que costaría comprar el mismo automóvil como nuevo. “Pérdida total” es un término técnico, empleado cuando el automóvil queda tan dañado que los mecánicos resuelven entregarle un reporte a la aseguradora, en el que le informan que no es factible reparar el automóvil asegurado: tal fue en mi caso la conclusión de los mecánicos. De todas maneras, yo ni estaba interesado en repararlo ni estaba interesado en comprar uno igual ni uno parecido ni uno mejor ni uno peor... Desde entonces cambié la forma de transportarme: opté por el transporte público. No porque hubiera concluido que me faltaba la destreza suficiente para conducir un automóvil, sino porque concluí que ni el más diestro, ni por supuesto yo—que, evidentemente, no era el más diestro—, podría quedar exento de verse involucrado otra vez en un accidente automovilístico similar o peor. Tampoco porque hubiera concluido que los demás modos de transporte tuvieran tal exención, sino porque creí—y creo todavía—que la responsabilidad sin lugar a dudas es mayor cuando uno es un conductor que cuando uno es un pasajero. Pero soy consciente que esto no va al punto, aunque sí permite entrever cierto afán cartesiano por tratar de evitar…¿la precipitación, el error?
El accidente se debió a mi falta de prudencia. Conducía, en efecto, el vehículo imprudentemente: conducía a alta velocidad, llovía con violencia y el camino pavimentado, estando encharcado, se hacía plenamente resbaladizo…en una curva perdí el control del vehículo. Lo que me impacto no fue tanto haberme estrellado; o sea, no me impacto el suceso. Recuerdo que de alguna manera sentí que ese suceso había teniendo lugar lógicamente por mi imprudencia. Eso no fue lo que me impactó. Por el contrario, habiéndose detenido el vehículo estrellado, lo que me impactó fue el siguiente razonamiento hipotético que ocupó en ese justo momento, luego del ‘accidente’, mi atención plena: ¡donde hubiera atropellado a alguien…!
El razonamiento hipotético, a mi modo de ver, se radicalizó, y así también la reprensión que contra mí mismo hacía mientras pensaba sobre lo ocurrido. Se radicalizó, cuando, estando de pie, ya fuera del automóvil, esperando que llegara la grúa que lo remolcara, unas señoras, que resultaron ser unas maestras, se acercaron a mí y me reprendieron justamente, indicándome cuán irresponsable había sido no sólo por conducir de la manera en la que había conducido, sino por conducir de esa manera, estando cerca de un colegio cuyo horario de salida casi se aproximaba a la hora del accidente. En efecto, me imaginé algo realmente terrible: ¡Pude haber atropellado a un niño pequeño!
El acontecer extraño, como lo es un accidente automovilístico, adquirió entonces, realmente, su carácter de extrañeza. Esta característica adquirida del acontecer se sigue de manera general, cuando ocurre lo que ocurre, pero de una manera contraria, inusitada, a como se esperaba inconscientemente que sucediera la ocupación habitual. La habituación es el ámbito en el que uno anda como empecinado en que lo que se ha hecho va a volver a repetirse tal y como se ha hecho; y en este empecinamiento uno vive como absorto. Conducir un vehículo, por ejemplo, es una ocupación en la que uno vive como absorto. Y esta habituación no la puse bajo seria lupa, por su mismo carácter, y sólo la sometí a interrogatorio, cuando tuvo lugar en mi cotidianidad el acontecer extraño del accidente automovilístico.
Pero me interesa quizás pensar en las implicaciones interrogativas que tuvo para mí ese acontecer extraño, el del accidente automovilístico. Había sido rota la habituación ´al volante´ con la que mi cotidianidad estaba ligada, puesto que mi automóvil se estrelló. Y no sólo se me presentó, como llamando la atención ella misma, la máquina estrellada que usaba habitualmente, sino también las cosas contra las que se estrelló la máquina: los bolardos, el poste de la luz. Y también parecieron resplandecerse las cosas más comunes de ese mundo: la carretera pavimentada y encharcada, la lluvia violenta, el semáforo que había pasado hace pocos minutos, los signos de tránsito…De alguna manera lo que había visto antes ahora tenía un nuevo sentido: las cosas usuales ahora llamaban por sí mismas su atención.
Pero fue implicado, quizás de una manera más viva, el pensamiento sobre las cosas usuales que faltaban o que estaban ahora dañadas: los bolardos no estrellados, el poste de la luz no estrellado, el flujo del tráfico no detenido, los rostros (de los pasajeros de los vehículos que pasaban lentamente) no asombrados, no aterrados, etcétera.
Y quizás fue implicado, con un grado de mayor viveza, el pensamiento sobre las personas, y sobre sus ocupaciones, contra las cuales pudo haber acontecido la brusquedad del accidente que, por fortuna, no aconteció.
Quizás, porque fue de más peso este último pensamiento, ocurrió que creí comprender la real, concreta necesidad del siguiente imperativo: tener que subordinar la ocupación útil a las normas que la regulan. Me parecía ya evidente que había que «vivir» en un mundo público, pero de una manera consciente: vivir tratando de subordinarme conscientemente a las normas que lo hacen vivible como un mundo de carácter público. Esta condición normativa, la de tener que tratar de ser consciente de las normas que lo hacen vivible en tanto público y al mismo tiempo de actuar conforme a esa consciencia, es, a mi modo de ver, mi punto de partida. Y bien soy consciente que éste es un punto de partida quizás abstracto y quizás alejado de lo que me exige el Seminario, pero…no creo poder comenzar desde otro.
Una exposición complementaria a lo que he dicho está sin lugar a dudas en el parágrafo 16 de Ser y tiempo: sobre los modos de ocupación.
Gadamer estudió entre otras cosas lo que “la autoridad no es” (Verdad y Método, página 347). Pero lo cierto es que hablo de la autoridad como “un atributo de personas” (Ibíd., página 347). No habló de la autoridad de los signos…por ejemplo, de las normas de tránsito y los demás signos que están ahí para que el conductor los siga o los deje de seguir, o para que, sin excepción, la ocupación del conductor sea una ocupación regulada. Tengo consciencia de que Heidegger usa el ejemplo de los reglamentos de tránsito en el parágrafo 17 de Ser y tiempo, titulado “Remisión y signo”. Pero esta es una lectura que apenas empiezo. Pero, en fin, en absoluto mi punto es sobre Heidegger o en absoluto es en relación a una crítica contra Gadamer. Más bien llamo la atención sobre el atributo de autoridad que desde entonces reconocí en la señalización de tránsito.
Dije que mi punto de partida, según veo el asunto, es el de la condición normativa, la de tratar de obedecer conscientemente las normas del mundo público (porque hasta el pasajero tiene unas normas que regulan su ocupación como pasajero). Pienso que el horizonte correcto (Verdad y Método, página 373) sería una alteridad que de alguna manera o por algún motivo o por alguna razón no obedeciera conscientemente las normas o algunas normas del mundo público. Una alteridad así representaría la figura del infractor. Y, según he tratado de decir a lo largo de este escrito, creo que es la figura del infractor la que se muestra actualmente como mi alteridad. Un infractor de los signos de tránsito, por ejemplo, podría ser una persona ciega. Podrían ser, en general, las personas con alguna discapacidad física. Pero, bizarramente, podrían ser a decir verdad las personas que creen disentir de los signos de tránsito racionalmente. No sé si pudieran existir estos personajes…. Pero de existir, sin lugar a dudas serían mi alteridad.
En fin, no creo haber logrado la tarea que debí haber hecho en este texto. No logré explicitar la pregunta. Quizás porque no me apegué a Verdad y Método. Les ruego que me digan si debo o no continuar en el Seminario, ya que estoy consciente de mi situación apremiante.
Juan Sebastián Franco
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